Después de medianoche

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Por Iary Arroba.

Sept. 28, 2018

Hay algo en el misterio de la noche que me tranquiliza y relaja. El sonido del silencio y la Luna se convierten en mis espectadores. Es durante esas horas muertas que puedo compartir un rato conmigo misma y entrar en paz, pocas veces en guerra.

Los pensamientos fluyen como la corriente de un río sin ser interrumpidos por ningún sonido mundano. Mis ideas son fácilmente transportadas a un papel y mis lecturas adquieren una alta concentración. No hay voces, ni murmullos, ni aparatos encendidos, ni estruendos. La única interrupción concedida es el ronroneo de un gato. La noche carece de cotidianidad. No hay caos.

Puede que sea la ausencia del estrés y el continuo movimiento. La carencia de semblantes preocupados o el cese de palabras sin sentido. No se qué convierte a estas horas en mi parte favorita del día, sólo se que luego de medianoche puedo dejar que mis pensamientos invadan mi hogar sin miedo a ser rechazados. Puedo encontrarme conmigo misma mientras las estrellas brillan y resolver rompecabezas del pasado.

Porque a medianoche, el silencio es tan alto que aturde hasta los que no escuchan. Porque la calma es tanta que te saca el cansancio. Porque mientras el mundo duerme, yo despierto soñando con la paz.

Y tal vez, solo tal vez, porque entre las sombras, bajo los astros, después de medianoche, todo sueño es posible.

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